Hay días en los que la ironía se despierta conmigo y me acaricia la frente con devoción. Y me dice muy bajito, tanto que a veces no la oigo: “hoy eres mía”. Se acaba la poesía en ese preciso gesto. Ya me gustaría tener más versatilidad, escribir un par de exabruptos bailables y a los dos minutos dos versos de amor rendido. Compré en la feria del libro del pasado día 23 de abril el último de Arsuaga y Millás, “La muerte contada por un sapiens a un neandertal”. Me inspiraba mucha curiosidad y no defrauda, pone en marcha el sentido analítico y mi formación de ciencias. Sí, soy de ciencias.
¿Cómo se enfrentan individuos y especies a la muerte? ¿Para qué le sirve a la vida la muerte? Estas podrían ser las grandes preguntas a las que quiere responder el libro. O, por lo menos, plantear algunos itinerarios analíticos. Arsuaga va exponiendo cuestiones trascendentes de la evolución, el análisis científico vs. la trascendencia que nos empeñamos a darle a la vida y a sus misteriosos objetivos, mientras Millás va colocando notas de ironía y humor, casi todas riéndose de sí mismo. Al cabo de casi noventa páginas me han parecido una pareja producto de la sequía cultural de la dictadura, muy orgullosos del nivel social alcanzado, y con motivo, no se lo voy a negar. Durante la larga dictadura de Franco no estaba bien vista la cultura, los actos culturales y el amor por aprenderla y disfrutarla se tomaban como voluntad de enmendarle la plana a Dios.
Todo evoluciona, la vida es evolución, según afirma Arsuaga en uno de los primeros capítulos, la evolución misma es el objetivo de la vida. En su opinión solo hay vida que no sabe que lo es, que no tiene objetivos, la evolución no tiene objetivos. Más tarde se contradice al admitir que la evolución detecta los genes defectuosos, los que hacen morir al individuo, e intenta destruirlos. Ahí tienes un objetivo de la evolución, salvar al individuo y con ello a la especie, algo que había negado. Pero, en fin, a lo que iba, Arsuaga se considera y reafirma epicúreo con una firmeza que recuerda la de los católicos recalcitrantes, e intenta “salvar” a Millás haciéndolo epicúreo a su vez. Cuando el escritor le hace ver que es una actitud apostólica similar a la cristiana, el paleontólogo no contesta, y Millás se sorprende porque es difícil hacerle callar. Me ha hecho gracia el comentario porque el énfasis del paleontólogo ya me venía recordando a las estructuras ideológicas cristianas. Por mucho que superemos las creencias de nuestros padres, arrastramos metodología y esquemas, y en él se aprecia cierta similitud al integrismo de los grandes católicos y su misma tendencia a los cabos sueltos, las grandes afirmaciones indubitables que debilitan todo el conjunto de su pensamiento.La ciencia duda, por definición.
Y de Millás, ¿qué decir? ¿Por qué me retrotrae a la dictadura? Porque iba muy bien, gracioso y respetuoso, impecable, hasta que ha tenido que narrar la toma de semen a un semental de caballo en la Facultad de Veterinaria de Madrid. Que había mayoría de mujeres, es casi lo primero que se le ha ocurrido decir. Sin pararse a pensar que somos mayoría en las universidades españolas, sin darse
cuenta de ello en el largo recorrido por las instalaciones que le ha llevado hasta allí, sin apreciar que sugerir que están estudiando veterinaria para ver y tocar cipotes grandes es una humillación inconcebible. Una broma en la que veo el viejito verde que todos los hombres llevan dentro.
Tantas reflexiones que suelo hacer para mí sola sobre la naturaleza del ser humano, sobre nuestra biología, lo hago muchas veces y por razones diversas, y entiendo que nuestro organismo está hecho a un tipo de vida que habíamos llevado durante cientos de miles de años, y que estos últimos dos mil o tres mil de civilización no han sido suficientes para que nos hayamos adaptado a nuestras novísimas costumbres. Me han parecido siempre ocurrencias un poco descabelladas, como tantas que me pasan por la mente. Pues bien, el libro está lleno de estas reflexiones. Plagadito. Que si el estilo de vida paleolítico, que si tal. Que si la alimentación, que si los músculos, que si cual. Ha sido un empujón más que me anima a no callar. A seguir no callando. A callar cada vez menos.
Lo que más me choca es que no aclaran con suficiente contundencia que la sigue siendo una teoría, la teoría de la evolución, la teoría de la vida, son nuestros balbuceos intentando explicar el milagro, es un enorme cuerpo de hipótesis enlazadas. Según Arsuaga, la Naturaleza -la evolución, concepto que se puede intercambiar con el de Naturaleza- no tiene objetivos claros, no sabe dónde va. Es difícil de entender, ya hemos comentado antes que hemos detectado una aparente contradicción entre dos de los capítulos de la narración. Todos tenemos claro que la evolución como mecanismo esencial de la vida quiere sobrevivir, las formas de vida quieren perpetuarse como individuos, o como especie, como sea, aunque se transformen en otra especie. Eso es saber bien adónde va, diría yo. La evolución hace esfuerzos con lo que tiene en cada lugar y en cada momento para perpetuar la especie. A su manera. Y la Naturaleza no es intuitiva, como dice el paleontólogo, y tanto que no, pero la intuición es una herramienta que tiene el ser humano, y me atrevería a decir que la tienen también los animales, incluso los vegetales, los virus, si me apuras. Es una especie de percepción general del entorno y de las consecuencias de un conjunto de factores sobre otro factor, o sobre una situación. Es una percepción tan global que el cerebro no puede procesarla, pero la tenemos.
Y, en fin, respecto a los propios mecanismos evolutivos hay disparidad de opiniones en la comunidad científica. En el libro se nos ofrecen los rasgos básicos de la corriente que sigue Arsuaga, nos los explica como verdades aplastantes sin aclararnos que es eso, una corriente de la que él es seguidor, y que seguidores muy preparados de universidades muy preparadas que defienden otras corrientes le llevarían la contraria de forma brillante.